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No me puedo quedar callada

No me puedo quedar callada ante la circulación viral en las redes de las fotos de la señorita presentadora del clima de uno de los canales televisivos del país. Me da indignación el morbo que ha despertado especialmente en hombres y los comentarios despectivos y de repugnancia que han emitido, tanto hombres como mujeres. Nuevamente una mujer es víctima de violencia, otro tipo de violencia, pero siempre es violencia. La joven se tomó las fotos en la intimidad y luego, ¿le robaron el celular? ¿ella las compartió? ¿Tiene adoración, obsesión por su cuerpo? ¿qué pasó? No importa, ese no es el punto, porque como adulta tendrá que asumir las consecuencias de sus actos, pero la falta de respeto, la falta de compasión y poca solidaridad de las mujeres, merece reflexión. Si hubiese sido un hombre el que apareciera desnudo, quizá lo estaríamos celebrando, pero como se trata de una mujer, es escarnio cae sobre ella; la burla y la doble moral sale a relucir. Ahora se rasgan las vestiduras y le ponen la letra escarlata. El patriarcado rebalsa.

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Entrevista publicada por elPeriódico en ocasión a la presentación del libro Lucidez de la locura, Relatos clínicos, el 26 de noviembre de 2014.

“A veces el inconsciente te traiciona”

Ana María Jurado, escritora

Desde la psicoterapia a la literatura, Ana María Jurado transforma su cotidianidad como psicóloga clínica en La lucidez de la locura (F&G Editores), una serie de relatos en los que  explora la condición humana.

¿Cómo compara este libro frente al primero, Bandada de pájaros?

 – Bandada de pájaros es un libro de relatos cortos, creados a partir de la concepción de cuento corto. El libro contiene algunos relatos breves, muy breves, porque me gusta escribir microrrelatos. Son mis primeros trabajos dentro de la literatura. La lucidez de la locura es otra cosa. Me he dedicado a la psicología clínica por muchos años y quise relatar cómo es eso de estar frente a alguien que está sufriendo y buscando ayuda, qué sucede en un consultorio, cómo se lleva a cabo el trabajo terapéutico.

 ¿Cómo se relaciona la psicología con la literatura en ‘La lucidez de la locura’? 

– Me costó mucho porque no quería hacer un tratado de psicoterapia, pero no podía ser un cuento en el sentido literario; después de darle muchas vueltas decidí construir relatos hipotéticos entrelazados con hechos de mi vida, de mi experiencia y con pinceladas de teoría para fundamentarlos y contextualizarlos. Por eso me llevó mucho tiempo este trabajo. Son relatos de contenido psicológico, pero construidos de manera ficcionada. Quizás ahí está la relación.

 ¿Está satisfecha con el resultado?

 – Cuando pienso en los relatos de Lucidez, pienso que debí trabajarlos de una manera más poética, pero eso fue lo que salió. La verdad que me es difícil sentirme satisfecha con lo que escribo. Es una dulce tortura: me encanta leer y escribir, pero a la hora de publicar sufro como endemoniada y soy muy severa conmigo. Entiendo que debería ser más gentil, pero es muy difícil. Siempre hay tanto más que se pudo haber hecho…

 ¿Cómo nacen sus cuentos? ¿Es una creación planificada o espontánea?

– Yo no planifico. Se me ocurre una idea, tomo nota –cuando puedo– y la desarrollo. Escribo de un tirón, para luego trabajar el cuento por días o semanas. Duermo y sueño con la trama. Es obsesivo. En el ensueño se me ocurren más cosas y las anoto para trabajarlas al día siguiente. Tengo notas en papeles, en el teléfono, en mi agenda, por todos lados.

 El temor, la ansiedad, la culpa son algunos de los temas de sus cuentos. ¿Cómo se siente cuando termina de escribir? ¿Sale indemne?

– Una vez que creo haber terminado lo que escribo, me siento aliviada y no vuelvo a leer el cuento ni el libro. Y realmente, la pena, la ansiedad, la culpa y otras emociones son comunes a los seres humanos. Yo estoy acostumbrada a relacionarme con ellas, las veo, las huelo, las toco, les sonrío y luego las dejo ir. Hay tiempo para todo y me tiempo de relax y diversión es muy valioso. Lo cultivo.

En la mayoría de los relatos predomina la figura femenina. ¿Cuál es papel de la mujer en su obra?

 – Tiene un papel preponderante, primero porque soy mujer y luego, porque desde hace muchos años soy sensible al tema de género. Me interesa lo que viven las mujeres en el mundo. Para mí resulta fascinante conocer la problemática de las mujeres; así que cuando empecé a escribir me fui por lo que me interesaba.

 Sus relatos parecieran tener una intención pedagógica, ¿es así?

 – Pues si la tienen no es consciente ni a propósito. No quisiera que se me viera como una escritora aleccionadora. Me molesta dar consejos. En este libro, La lucidez de la locura, muestro lo que hago y tal vez, ahora que lo veo, pudiera ser pedagógico, pero no era mi intención. Tendré que tener mas cuidado. A veces el inconsciente te traiciona.

 ¿En qué trabaja ahora? ¿Qué viene de nuevo?

 – Estoy trabajando una novela cuya trama está enmarcada en un lugar y tiempo determinado y es contada desde la experiencia de una niña. No digo más.

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Fuente: http://www.elperiodico.com.gt/es/20141126/cultura/5373/A-veces-el-inconsciente-te-traiciona%E2%80%9D-Ana-Mar%C3%ADa-Jurado-escritora.htm

 

Dos cuentos breves

LA SEXTA

Camino por la sexta; me encanta, es mi recreación. El esplendor del día se aleja. Me siento en una banca y veo pasar a los que van y vienen. Risas. Las luces de neón anuncian: La Perla, El Cairo, La casa música, La casa de los abrigos, La paquetería. Me fascino. Carlos se acerca a mí y se sienta a mi lado. Me besa. Toma mi mano. Su mano está gélida, vuelvo la cara. Una estatua dorada me sonríe.

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PAJADIS

En aquel tiempo la ciudad estaba manchada de sangre y olía mal. Se reunieron los ancianos y decidieron: construirían Parjardis, muchos Parjardis. Redondos, cuadrados o largos; con árboles, arbustos y flores. ¡Ah!, y con troncos para sentarse y reír. Llenaron los Pajardis de Marifundias que volaban alrededor de los visitantes. Cuando una Marifundia rozaba a uno de ellos, éste sentía un piquete en el centro de su centro. Al salir del Pajardis y pisar el suelo de la ciudad, las manchas de sangre desaparecían y las paredes recobraban el olor de la vida.

 

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Estos cuentos breves ganaron mención honorífica en el certamen Mi ciudad en 100 palabras de la Municipalidad de Guatemala en 2014.

 

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Del libro Bandada de Pájaros

Bandada de Pájaros

Aún falta, mi reina          

El sudor chorreaba por su cara, y la espalda ya había mojado su vestido de seda verde. El marido, sentado a su lado, sudaba aún más pero insistía en dejarse puesto el saco y la corbata. “Ridículo”, pensó. Él la miraba constantemente, como quien espera agarrar a alguien en falta. Con un vaso de cola en su mano ella sonreía levemente a quienes la saludaban. Él tomaba whisky como corresponde a un hacendado. Tenía la barriga llena de licor, pero no se le notaba. Ella sintió una patada por debajo de la mesa al mismo tiempo que él, sonriendo suavemente, le decía:

– ¿A quién mirás?

– A nadie.

– ¿No te querrás pasar de lista?

– No. No me paso.

– Conmigo no se juega –dijo jalándola de la mano para bailar. La marimba orquesta tocaba una cumbia. Todos bailaban. Él la abrazó con fuerza. La sofocaba.

— Estas muy linda. Este vestido verde es mi preferido porque   va con tus ojos.

Ella trató de separarse. No pudo.

Cuando apenas terminaba de tocar la marimba, un joven vestido con una camisa muy blanca se acercó:

– Don Juan, ¿me permite bailar con su señora?

Los que lo oyeron voltearon a ver. No podían creerlo. Uno de ellos dijo: “Debe estar loco”.

–No, joven, mi esposa no baila.

Luego miró a su mujer, le sonrió suavemente y la hizo salir del salón. A ella le dolió el brazo. Pensó: “! Otro morado!” Afuera, junto al carro, le dijo: “Bien decía mi tata que las perlas no son para los coches”. Con un gesto le ordenó que se quietara los zapatos. Llovía.

– ¡Caminá! Te va a caer bien, mi amor. Un poco de ejercicio a las dos de la mañana es saludable. Adelante, preciosa.

–No Juan, ¡por el amor de Dios!

– Caminá, mi cielo, yo te alumbro.

Él se subió lentamente al carro, lo encendió. Puso las luces altas

–Un, dos, un, dos, agarrá el paso. Un, dos, un, dos… Una carcajada acompañó el sordo sonido de la 4X4.

Ella aminó. Él inició la marcha del carro, y la siguió despacio, muy despacio.

La carretera que conducía hacia la casa estaba hecha un pantano. Sus pies se hundían entre el lodo haciendo difícil y lento cada paso. Él manejaba como quien tiene todo el tiempo del mundo. Escuchaba un CD de música ranchera. Adelante ella pensaba y recordaba. Su boca seca, al principio apretada, ahora aspiraba a bocanadas, como para tomar fuerzas. “Se acabaron las lágrimas —pensó—, ya no me hacen falta”.

Por fin llegaron a la casa. La entró. Le acercó la boca maloliente al su oído al mismo tiempo que susurraba: “Aún falta, mi reina: un baño y lista”. Se rió, palmeándole su nalga. Despacio, se sirvió un trago y se lo tomó despacio. Luego se sirvió el otro y caminó hacia el cuarto de ambos. Abrió la puerta. Entró. En ese momento se escucharon seis disparos.

Al día siguiente la policía encontró sangre, mucho lodo, y el cuerpo del tendido.

Ella, sin pensar más, se había ido a algún lugar desconocido, y empezó a quitarse el lodo, despacio, muy despacio.

 

 

 

 

 

Podría

–¿Vienes a acostarte? — me dijo.

– Sí, solamente termino esto — contesté.

Me quedo parada aquí, en la cocina, y pienso: podría decirle que me siento mal, que me duele el cuello, que el doctor me dijo que necesito reposo, que agitarme me hace daño. O podría decirle que nuevamente tengo lumbago; que mejor mañana; que ya es tarde y que tengo que levantarme temprano; que los niños están en el cuarto de al lado y nos van a oír. Podría decirle que tuve jaqueca todo el día; que me duele el estómago; que tuve diarrea y que me siento débil. Podría quedarme aquí hasta que se duerma. O podría decirle simplemente que estoy harta, que esta no es una cruz, como decía mi mamá. Que se busque otra, que quiero estar sola. Que odio su olor; que renuncio a sentirme obligada; que ya no hay encuentro; que se acabó la magia. Podría decir simplemente no, sin sentirme culpable. Podría salir corriendo. Podría perderme.

 Respiro, subo una a una las escaleras y no se por qué pienso en María Antonieta. Pobrecita, cómo se sentiría cuando caminaba hacia el cadalso.